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"Hay quien obedece sus propias reglas porque se sabe en lo cierto; quien expresa un especial placer en hacer algo bien; quien adivina algo más que lo que sus ojos ven; quien prefiere volar a comprar y comer"
Nos hablaba de una gaviota que se atrevió a soñar. Le interesaba ser ella misma, vivir intensamente, potenciar todos sus talentos y posibilidades.
No aceptaba la vida monótona y siempre igual de la bandada que sólo se atrevía a vuelos rastreros, sin alma, detrás de los desperdicios que arrojaban los barcos.
Ella sentía en su alma el llamado de las alturas, la vocación de libertad. Por atreverse a proponer una vida distinta, la aislaron, la dejaron sola, la tacharon de loca, la desterraron.
Juan Salvador, la pequeña gaviota, aceptó la soledad del aprender de nuevo, la soledad de la búsqueda atrevida de mares nuevos, nuevos cielos, nuevos horizontes. En lo profundo de su corazón adolorido, sentía que sus alas habían nacido para abrirse a la inmensidad de lo desconocido.
Palpó el vértigo de lo profundo, vivió la originalidad, la iniciativa, la creatividad.
Experimentó las honduras de la perfección: llegar hasta el final de lo emprendido, llegar hasta la raíz, el manantial de su propio ser.
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