Giuseppe Desa nace en 1603 en Copertino (Italia). Como Maria de Pazzi y muchos otros místicos muestra una inclinación muy precoz por la vida religiosa. Su primer éxtasis declarado lo tiene a los 8 años, en la escuela.
Desde su más temprana edad, se entrega a las maceraciones y al ayuno.
Como muchos místicos, es objeto de prodigios y sus éxtasis son involuntarios. Su contemplación casi continua, obstaculiza sus estudios. Cuando en 1620 entra en los Capuchinos, su estado anémico es tal que prácticamente no puede realizar ninguna tarea por fácil que sea.
Sus prodigios se hacen tan frecuentes e inoportunos que sus superiores acaban por denunciarlo al Santo oficio, es decir, a la Inquisición.
COMIENZAN LOS VUELOS:
El Santo Oficio lo interna en el monasterio de San Lorenzo, en Nápoles.
Un día en el que se acababa de celebrar misa, lanzó de pronto un grito, se elevó por los aires, con los brazos en cruz y fué a posarse sobre las flores del altar, rodeado de cirios que en él ardían. Los asistentes se pusieron a gritar, temiendo que pudiera quemarse. Allí permaneció un momento, luego lanzó otro grito transportándose al fondo de la Iglesia donde fué depositado suavemente de rodillas, saltando en el aire de vez en cuando sin tomar impulso, mientras repetía: "Oh! Bienaventurada Virgen María! Oh! Bienaventurada Virgen María!".
Esta proeza violentó no poco a la Inquisición, le enviaron a Roma para deshacerse de él. Allí fué presentado ante el Papa Urbano VIII, de espíritu culto, aristocrático y escéptico. Cual no sería su estupor cuando Giuseppe se arrodilló ante él para besarle devotamente el pié, cuando entró bruscamente en éxtasis y se elevó en el aire, lanzando su grito habitual. Alli permaneció ante la estupefacta mirada del Papa, hasta que un superior dijo que ya era bastante, y que bajara al suelo como todo el mundo. A pesar de su escepticismo el Papa Urbano VIII declaró que si Giuseppe moría antes que él, él mismo confirmaría la autenticidad del prodigio en el proceso de canonización.
No sabiendo que hacer con él le enviaron a Asis. Allí el padre superior ya tenía su propia opinión sobre su famoso nuevo monje: Tenia que ser un impostor y un intrigante. Lo recibió con desdén y lo trató como a un novicio incapaz y sospechoso.
Un día en que regresaba a Roma, entró de nuevo en alegría y éxtasis mientras entraba en su amada basílica, que se encontraba llena al ser el día de San José, alzando la mirada hacia la imagen de la Virgen, lanzó su grito habitual elevándose bruscamente por encima de las cabezas de los asistentes y recorrió por los aires unos 18 metros que lo separaban de la imagen pintada en lo alto de la galería, encima del altar. Después bajó despacio, ante la mirada de una enorme multitud en la que figuraban numerosas personalidades.
A partir de entonces los vuelos del Giuseppe son innumerables.
Uno que en particular me hizo mucha gracia fué el siguiente:
Un día Giuseppe salió con sus hermanos a pasear por el jardín. Había allí un corderito. Un fraile jóven lo tomó en brazos y se lo dió a Giuseppe. Este abrazó cariñosamente al animal y se lo cargó sobre los hombros, al modo que suele representarse en los cuadros el Buen Pastor con la oveja recobrada.
Entonces los frailes vieron como Giuseppe " se excitaba poco a poco", aceleraba el paso y echaba a correr. Todos corrieron tras él. De pronto lanzó el cordero al aire. El animal se elevó hasta la copa de un árbol cercano, según cuentan, el animal levitaba como el santo. Para muchos contemporaneos de Giuseppe, este tenía más de circo que demostración de piedad.
En otro de sus vuelos Giussepe levitó en estado de éxtasis hasta la copa de un árbol, y allí permaneció horas, hasta que sus hermanos del monasterio subieron a rescatarle con una escalera.
Existen muchos más vuelos y experiencias de este místico.
A partir de aquí, el espectaculo tal vez ya no sea igual, pero por ello no agrava el desfase filosófico. Y este sentimiento es compartido por toda persona sensata, hasta el extremo de que ni la propia Iglesia muestra el menor entusiasmo por difundir los informes del proceso de canonización del santo volador. Los prodigios ya no están de moda entre los funcionarios de la Iglesia.
Info extraida del libro: EL MISTICISMO de Aimé Michel
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