Napoleón Bonaparte desembarca en las costas de Egipto el 1º de julio de 1798 con el objetivo de atacar Gran Bretaña. Allí frente a las pirámides reune a sus batallones.
Pocos saben que Napoleón decidió pasar la noche en la cámara mortuoria del gran faraón en la pirámide de Keops. Pide que lo dejen solo en aquel impresionante lugar. Nunca se supo lo que ocurrió allí dentro, pero si pudo saberse que el gran estratega permaneció un largo rato a solas en aquella cámara y que, al salir, todos pudieron verlo demacrado, con el rostro alterado y algo confuso. Cuando uno de los generales le preguntó qué había sucedido, Bonaparte, nervioso, solamente dijo: "No quiero hablar de este asunto ahora ni nunca".
Un día antes de morir pareció querer revelar el secreto a su ayudante mas cercano, pero se interrumpió enseguida y con un dejo de sonrisa amarga solo musitó:
"¿De qué serviría hablar de aquello?, Nadie me creería..."
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El secreto egipcio de Napoleón de Javier Sierra
Una noche de agosto de 1799 cambió el destino del mundo: Napoleón Bonaparte, en el interior de la Gran Pirámide de Giza, se enfrentó a un secreto milenario que alteraría para siempre su destino…
En el verano de 1798 más de treinta mil soldados franceses desembarcaron en Egipto al mando del general Bonaparte. Su misión oficial era la de liberar al país del Nilo de tres siglos de dominio turco y, de paso, bloquear la navegación libre de los ingleses con sus colonias orientales. Sin embargo, el joven Napoleón hizo algo que ningún otro estratega había hecho jamás: se llevó a más de un centenar de sabios de todas las disciplinas para que estudiaran, consignaran por escrito y copiaran todo cuanto pudieran de aquel país maravilloso. Templos, tumbas, momias, túneles, tesoros fastuosos y pirámides se abrieron a su paso, desvelándoles un mundo nuevo y milenario a la vez.
Bonaparte llegó en el momento más oportuno. Ciertas sectas islámicas, así como los responsables de la iglesia copta, aguardaban a un líder mitad guerrero mitad místico que les devolviera su pasado esplendor. Sin embargo, el general de los ejércitos invasores parecía perseguir otro propósito más allá de lo político o lo religioso: estaba obsesionado con la idea de la inmortalidad y buscaba en Egipto la fórmula que le garantizase alcanzar la vida eterna.
No sin cierto fundamento, creía que el mismísimo Jesús de Nazaret había obtenido allá, durante el exilio egipcio que recogen los evangelios, esa misma fórmula. Gracias a ella, el Nazareno resucitó a Lázaro y volvió de entre los muertos, siguiendo un ritual que –según las creencias faraónicas- ya habían empleado con éxito dioses como Isis y Osiris.
Antiguos cristianos, musulmanes nómadas, y herederos de los antiguos constructores de pirámides, se enfrentan por la fórmula de la vida. Por el secreto que hizo grandes a los faraones y que dio poder al mismísimo Jesús de Nazaret. ¿Qué otra cosa, si no, podría haber buscado realmente Napoleón Bonaparte durante su año de campaña en Egipto, Siria y Palestina?
Napoleón Bonaparte pasó otra noche, la del 12 al 13 de agosto de 1799, en el interior de la Gran Pirámide. Jamás quiso contar a sus hombres por qué salió pálido y asustado de sus entrañas.
En efecto existió un astrólogo llamado Bonaventure Guyon al que Napoleón consultó frecuentemente durante sus años al frente de la política francesa y al que muchos conocieron como “el hombre rojo de las Tullerías”.
Además, es rigurosamente histórico que en agosto de 1799 descubrieron la tumba de Amenhotep III y que el 6 de septiembre de aquel mismo año abandonaron para siempre su hallazgo (hoy catalogado como KV 22) y la ciudad de Luxor. Debían unirse a las tropas francesas en El Cairo para evacuar la tierra de los faraones.
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